“La cueva a la que te da miedo entrar, contiene el tesoro que buscas.”

Joseph Campbell

De pronto me vi ahí, tambaleando en el filo de una decisión que atravesaría por completo mi existencia. Nos mirábamos como buscándonos en el alma de nuestra historia. Teníamos tanto miedo. Sin más le deslice un último beso, y es que sabía muy bien que aquél beso podría ser el último de nuestras vidas.

Me llaman Bañados, Gabriel Bañados. Nací en el corazón de la séptima región del fin del mundo, en Talca, la ciudad del Trueno. Hasta ese entonces llevaba una vida relativamente normal, aunque cada vez más exitosa. Tenía un trabajo de psicólogo a tiempo completo, una consulta particular en diversas ciudades, había escrito un par libros, grabado algunos álbumes musicales con mi banda y, ya había encontrado lo que muchos han anhelado durante años, el amor de mi vida. Aunque debo reconocer que llevaba tiempo escuchando unos golpeteos en las murallas de mi mundo interior. ¡El alma tiene vida propia! y en esa época de mi existencia, irrumpió como jamás antes lo había hecho.

Fue todo tan rápido, aunque lo estuve esperando desde que nací. Sabía en lo más profundo de mi espíritu que, éste era el viaje de mi vida. El primer vuelo aterrizó en Madrid. El segundo en Londres. Y el tercero y último, en Dublín, la capital de Irlanda, la tierra que tanto tiempo estuvo susurrándome al oído. Eran las tantas de la noche, hacía frío y el viento venía de prisa, irrumpiendo de un lado a otro con gélido pasar. Al poco tiempo llegó Paz, la hermosa persona que había conocido vía Facebook y que tanto me animó a concretar mi sueño. Ella había nacido y crecido en Chile, aunque ya llevaba años viviendo en la Isla Esmeralda. Es tan extraño como se mueven los hilos del universo. Salimos el aeropuerto, nos fuimos a comer algo, compartimos y finalmente ella me dejó en la hostal. Pensé que nos veríamos con mucha frecuencia desde ahí en adelante, sin embargo, sólo la vi tres veces desde mi llegada, aunque esas tres veces fueron vitales.

Bastaron sólo unas cuantas horas para que todo mi arranque se comenzara a desmoralizar de manera abrupta y repentina. Me sentí completamente desvalido e inadaptado en un mundo que se me enseñaba ajeno hasta la fibra. No entendía siquiera un simple saludo. Yo pensé que llevaba un nivel de inglés óptimo, pero no, al menos eso creí en ese momento. Allí estaba Gabriel, desintegrándose poco a poco, mientras compartía un cuarto y un baño con más quince personas, y su energía vital tan alegre como era habitual se tornaba oscura y desesperada. Pasaron los días, aunque para él sólo pasaban las noches.

La poca energía que me iba quedando la ocupé para realizar los primeros trámites inmigratorios, GNIB card, PPS number, entre otros. De pronto la vida me empujó hacia los templos del dios cristiano. De la noche a la mañana aparecí haciendo la fila junto a otros inmigrantes y personas en situación de calle, y aunque si bien, aún me quedaban algunos ahorros para comer y hospedarme en algún lugar, yo necesitaba algo más… cariño. Y aquí lo encontré. Conocí gente linda y amable de todas partes del mundo. En aquella iglesia donde solía comer, también pude mejorar y practicar mi inglés, ya que el sacerdote junto a sus discípulos daban algunas clases del idioma de manera gratuita. Y a pesar de que la luz comenzaba a llegar a mi vida, mi psique seguía desintegrándose. Debo confesarlo, hubo un periodo que lloraba casi todos los días. Una tristeza tan poderosa que me sacudía una y otra vez, sin siquiera poder advertir dónde y cómo lo iba a hacer. El paciente en estos momentos era yo. Es que lo había arriesgado todo y ahora no tenía nada. Había renunciado al mejor trabajado que había conseguido jamás, había terminado luego de cinco años la relación más hermosa que nunca había tenido. Había vendido todas mis pertenencias, todas. Ahora estaba aquí, en Irlanda, solo, junto a un bolso, una pipa con tabaco y el mundo por delante.

Una mañana me asomé por la venta de la hostal y vi pasar a una pareja de monjes budistas, entonces comprendí… mi ego se estaba muriendo. Un hálito espiritual atravesó mis silencios y melancolía. Aquella mañana mientras caminaba por las calles de Temple Bar, de repente advertí cómo un tipo de chaqueta amarilla y con un libro de notas en la mano se acercaba directamente a mí. “De seguro anda ofreciendo tarjetas de crédito” pensé como lo habría pensado en Chile. Me equivoqué rotundamente. Era un irlandés de Amnesty, una organización no gubernamental que ayuda a las personas en situación de calle, inmigración, refugiados, entre otros. Misteriosamente pude entenderle prácticamente todo lo que me habló y a la vez, él a mí. Le conté mi historia y lo que llevaba sintiendo hace un tiempo, me quebré. Puso su mano en mi hombre y pronunció con una voz firme y certera: “Amigo, mírame. Nunca te olvides de estas palabras: jamás dejes que alguien te pase a llevar. Nunca permitas que alguien te haga daño. Será difícil, sí, es verdad, es muy probable que te cueste y más aún, considerando todas las cosas que dejaste atrás para vivir esta experiencia. Pero recuerda, algún día Irlanda te va a enseñar sus paraísos y toda esta aventura tendrá sentido para ti. Enderézate! Límpiate las lágrimas! Desde ahora en adelante caminarás con la frente en alto y nunca retrocederás, siempre irás hacia adelante. ¿Entendido?” Me erguí, sequé mis lágrimas, le miré con la frente en alto y pronuncié: “Sí, señor. Entendido”. Aquél hombre me agarró del espíritu, me sacudió y desenredó desde las sombras y, me trajo de regreso a la vida, con más fuerza y vigor, con más luz que nunca. Desde aquél día en adelante la vida me abrió las puertas hacia lo desconocido.

A la semana siguiente comencé a aplicar a un sinfín de trabajos, los cuales ofrecían mayoritariamente techo y comida, aunque con el tiempo, supe que me entregarían mucho más que eso. De pronto recibí una llamada. Una oferta para trabajar de granjero en Connemara. ¡Confirmado! Busqué entonces en mi mapa en qué parte de la ciudad y/o alrededores quedaba Connemara.  No lo podía creer, Connemara era una región que quedaba en el otro extremo del país. Desde ahora en adelante caminarás con la frente en alto y nunca retrocederás, siempre irás hacia adelante”. A la mañana siguiente agarré mi bolso y me fui, tal como le prometí al irlandés, me fui hacia adelante. Ese viaje me deleitó con escenarios y paisajes dramáticamente bellos. Comencé a sonreír.  Cuando estaba a tan sólo dos horas de llegar al destino, recibo un mensaje del viejo Tom, el granjero que me recibiría: “Gabriel, ha muerto uno de mis amigos. No puedo recibirte. Para nosotros los irlandeses la muerte es algo muy importante. Tendrás que venir en tres noches más. Lo siento”. Un escalofrío rasposo y abrupto me bajó por la medula. “El Viaje del Héroe”, pensé, recordándome sobre los escritos del padre de la antropología moderna, Joseph Campbell… Tenía un viaje por delante y debía convertirme en el héroe.

Los misterios del destino me llevaron a Galway city. Aquí pasé las tres noches antes de encontrarme con Connemara. Me hice amigo de unos músicos y terminé tocando un par de veces en la calle, haciendo “busking”. ¡Galway! ¡Qué bello lugar! Mi espíritu empezaba a abrazar a la incertidumbre y el factor sorpresa, como si de un mejor amigo se tratase. Pasaron los días y las noches hasta que llegué a la granja del viejo Tom, mi primer maestro. Quien me enseñó a alimentar y cuidar a los caballos, sacar leche de las cabras, construir cercas, cortar leña y, por sobre todo, plantar árboles. Con el viejo Tom plantamos miles de pinos escoceses y robes canadienses sobre las colinas de Cashel. Aquí aprendí que en los campos de Irlanda se trabaja contra viento, lluvia y tormenta. Aunque también hubo días de sol y arcoíris. Fue en Connemara donde me enamoré del café con whisky, la buena mantequilla y la abundante patata. En cosa de semanas mi inglés mejoró como no lo había hecho en años, aunque cabe destacar que, para ello puse todo de mi parte. Todos los días escribía en mis cuadernos decenas de nuevas palabras y frases por aprender. Sobre todo, aprendía frases idiomáticas locales, lo cual estrechaba significativamente la brecha entre Irlanda y yo. En mis días libres me aventuré a viajar por los alrededores, escalar colinas y montañas, cruzar valles, visitar las ruinas de castillos y fortalezas de un pasado eclipsado por la magia de los celtas. ¡Ay Connemara! ¡Cuánto te debo! Siempre te llevo en mi corazón.

Luego la vida me llevó a los campos de Liscannor, un pueblo en el condado de Clare. Aquí me vi obligado a desempeñarme como constructor, ya que ningún otro trabajo me había aceptado. Nunca había hecho algo parecido, aunque nunca antes había trabajado de granjero tampoco. Nuevamente por techo y comida .Yo había ido comprendiendo con el paso del tiempo que debía atreverme a hacer todo tipo de cosas para sobrevivir. La misión era reconstruir una casa la cual se convertiría en un B&B. Aquí conocí a Patrick, mi segundo maestro. Luego del primer día de trabajo, me dije a mismo: “Ok, ahora mismo busco dónde irme, no puedo seguir aquí”. Era muy difícil para mí, todo ese inglés técnico y más aun considerando que, era un área completamente distinta a mi oficio como psicólogo. Busqué y busqué, pero nada encontré. Y así fueron pasando los días y las semanas. El trabajo comenzó a gustarme, me di cuenta que era bueno lijando, pintando, derribando y parchando muros, reconstruyendo techos, entre otras funciones. Por otra parte, me fui encariñando con la gente local y todo lo que el paisaje me ofrecía. Amé tanto aquellas caminatas por los “Acantilados de Moher” en compañía de Rory Gallagher (el perro de la casa). Así es, los “Acantilados de Moher”, es que yo vivía a tan sólo diez minutos caminando de esta impresionante y majestuosa maravilla natural. Con el tiempo Patrick se convirtió en un gran amigo, solíamos salir de copas y disfrutar de numerosos conciertos de música irlandesa. Fue en una de esas tantas salidas donde conocí a quien me ofrecería mi primer trabajo formalmente remunerado, un trabajo de Kitchen Porter.


Ahora la vida me llevaba a Doolin, un lugar donde atravesaría las mayores dificultades de mi viaje. Luego de haber pasado la entrevista de trabajo, comencé a laburar como asistente de cocina en uno de los hoteles más visitados de todo el condado. Ahí estaba Gabriel, listo para su primer día de trabajo. Once horas más tarde, ahí estaba Gabriel, listo para dejar su nuevo trabajo. No puedo explicar lo que ese día viví. Se suponía que al otro día entraba a primera hora pero, yo no sabía cómo iba a ir si apenas podía caminar. Había quedado con el cuerpo destrozado tras toda la carga de la jornada anterior y la mente colapsada con tantos inputs de nueva información, fue como enfrentarse a un nuevo idioma. Pero debía hacerlo, al menos hasta poder regularizar toda mi documentación de inmigrante. Se suponía que en dos semanas yo podría obtener todo lo que me faltaba: iniciación de actividades, pago de impuestos, apertura de cuentas bancarias, contratos, pagos y devoluciones, etc. ¡Vamos Gabriel! ¡Sólo dos semanas más! Por otra parte, cabe mencionar que, no había podido encontrar un lugar más cercano donde vivir que Lisdoonvarna, un pueblo maravilloso, pero algo alejado de mi trabajo. Viajaba todos los días una hora de ida y otra de vuelta, pedaleando y/o caminando (cuando la bicicleta tenía problemas). Aunque, el paisaje realmente era todo un paraíso sacado de películas. ¡Qué pedaleadas tan hermosas tuve en aquella región!

Sin embargo, en aquél periodo de mi vida estiré mi personalidad y aprendizaje de manera impensada. Al principio fue muy duro, una jungla o selva, era un “sálvese quien pueda”, en el fondo era, mi tercer maestro. Como la mayoría de mis colegas eran rumanos, tuve que aprender un poco de rumano para entrar en el círculo y no vivir la exclusión, lo cual resultó increíble. Pasé pruebas de fuego. Atravesé el infierno que suelen vivir la mayoría de los inmigrantes que no les queda otra salida que reventarse humanamente en trabajos como este, para sobrevivir en un país ajeno, y que a veces, pone tantas trabas. Al principio no comprendía cómo ellos podían aguantar tantas horas de trabajo y tan duras -tanto a nivel físico como mental-. Pero con el paso de los meses comprendí. Advertí que la mayoría de ellos se tragaban -al menos una vez al día- un puñado de antinflamatorios y analgésicos para soportar el turno. Como había jornadas en las que simplemente yo no resistía más, fue entonces que, comencé a hacer lo mismo que ellos. Más tarde, uno de mis colegas (28 años) me contó que se operaría de la columna el mes siguiente a causa de las diversas lesiones que le había generado ese tipo de trabajos. Yo no estaba bien, ninguno de nosotros estábamos bien; pero debía seguir resistiendo, al menos hasta obtener mis papeles. No sé si sirvió de consuelo o no, pero, hubo un día que uno de mis colegas me dijo: “Gabriel, yo he trabajado en muchos lugares haciendo esto, y créeme, este lugar es, definitivamente el más duro”. Era duro, sí que lo era. Sin embargo, más allá de los fuertes turnos yo había encontrado otras actividades asociadas al trabajo que me recargaban de energía y alegría. Salidas de excursión, fiestas y festivales, por sólo mencionar algunos, todos costeados por el empleador. El personal siempre me trató bien, con respecto. Era tan sólo ese laburo y sus condiciones lo que me desanimaba.

Mis papeles laborales no estuvieron listos a las dos semanas, ni tampoco al mes, no fue sino después de cuatro meses que todo se regularizó y al fin pude seguir, seguir hacia adelante. Luego de haber recibido el dinero retenido todo ese tiempo, me dirigí tanto a la gerencia como a mis compañeros de trabajo y les fui franco: yo estaba molido, no podía seguir ahí. Además de tragarme todas esas pastillas mientras trabajaba,  me vi en la obligación de iniciar un tratamiento terapéutico para aliviar los dolores de mi espalda, “la salud es lo primero”, no podía ser de otro modo. Aunque lo más interesante ocurrió después, cuando me reuní con mis colegas directos (los otros Kitchen porters) para despedirme y a la vez, contarles los detalles del porqué de mi partida. Me tomé el tiempo de dedicarle unas palabras a todos y cada uno de ellos, expresándoles mi situación física y mental como también, mis agradecimientos por su amistad y compañerismo todo ese tiempo. Los noté muy emocionados, sentí que algo de mí había quedado en ellos; de hecho, me dio la impresión de que habían tomado consciencia de la importancia de la salud y la vida como un tesoro. A la semana siguiente más del 60 %  renunció a sus puestos.

Me despedí de las hermosas tierras del condado de Clare para continuar mi viaje en los pueblos del Reino de Kerry. Tras la sabiduría alcanzada a través del legado de los tres maestros, comenzó el viaje entonces a mostrarme sus tesoros y riquezas. Todas las historias y experiencias venideras estuvieron llenas de alegría, suspenso, pasión, fervor, entrega, reconocimiento, sacrificio, éxtasis, felicidad y espiritualidad a un nivel increíblemente espectacular. En Kerry estuve viviendo principalmente en Tralee, la capital del reino, donde trabajé en la renovación de una casa. Desde aquí en adelante siempre fui viajando y trabajando por techo y comida, aunque a veces también por dinero, pero ya no a tiempo completo. Había ahorrado suficiente dinero y ahora, yo sólo quería seguir siempre hacia adelante, no había tiempo que perder. De hecho, aún recuerdo una conversación que tuve con los dioses o el universo, o como quiérase llamársele a esta inteligencia suprema que teje todo lo existente y por existir; una conversación en la cual enuncié:  

Los dioses me enseñaron cientos de lugares en Irlanda para luego llevarme a España, donde terminé de conocer a los miembros de mi familia nuclear, personas que me enriquecieron con sus historias de vida, y a la vez, me permitieron comprender todos los cabos sueltos de la historia del árbol familiar que aún no lograba resolver. En el Viaje del Héroe todo puede pasar, incluso los goces y festines. Tras mi paso por las tierras de Andalucía me fui a Berlín, Alemania, con el único motivo de disfrutar de un concierto de mi banda favorita, Jethro Tull. Qué fantástico fue el hecho de estar en frente de semejante agrupación musical y poder disfrutar y emocionarte hasta los huesos con tan buena música, “Leyendas del rock”. Aunque no sabía qué pasaría después del concierto, cosa que se me fue haciendo habitual, no habían planes, sólo fluir; ni siquiera sabía dónde iba a estar la próxima semana, no, nada sabía; sólo tenía una cosa clara: debía seguir hacia adelante. Hubo una herramienta fundamental en este arte del “fluir”, y fue, la meditación. Gracias a ella desarrollé a nivel increíble la habilidad de estar “presente” y poder de este modo, atender las señales que los dioses me iban entregando.

En Berlín conocí a un inglés, con quien hicimos música y tocamos un par de veces en las calles capitalinas. Para ser franco, no nos fue muy bien, de hecho, hubo una tarde que prácticamente me sacaron a patadas de un lugar; lamentablemente algunos buskers o músicos callejeros son muy territoriales y agresivos. A veces hay que tener la templanza perfecta para saber cuándo parar y cuándo seguir, yo en ese momento decidí parar. Aunque mi viaje siguió. Me despedí de Stephen, el inglés, después de haber compartido dos increíbles semanas juntos, haciendo música y vagando de hostal en hostal. Los vientos me llevaron a la región de Haunetal, donde trabajé de granjero. ¡Ay Haunetal! ¡Cuántos paraísos me regalaste! Estuve viviendo con una familia de granjeras vegetarianas y veganas que se dedicaban a rescatar animales diversos, como caballos y vacas, dándoles una mejor vida. Mucho fue lo que aprendí en esta etapa de mi viaje. De hecho, todo lo que no había ganado como músico en Berlín lo gané aquí en un par de noches, cantando en el pub del pueblo. Gente maravillosa llenó mis días de luz en estas tierras. Los dioses me enseñaron decenas de lugares realmente fantásticos en Alemania, para más tarde, llevarme a nuevo lugar, Suiza.

Jamás pensé que conocería Suiza, pero ahí estaba Gabriel, ahora un tanto más fuerte y con más experiencia. Viví en Zurich, la tercera ciudad más cara del mundo. Me vi disfrutando de las maravillas de estas tierras como si fuese un príncipe, aunque nada de eso hubiese sido posible si no hubiera sido por la ayuda de Andrew Ashman, un gringo que había conocido en Chile y del cual había nacido una increíble amistad. A él los dioses lo habían llevado a vivir a Zurich y tras el paso del tiempo se enteró de mi viaje por Europa y de mis recientes estadías en Alemania, por lo que me invitó a Suiza. Pronto leí las aguas del destino: la etapa del desarrollo intelectual había tocado mi puerta. Me encontraba al lado de la cuna de la Psicología Analítica, me refiero a Carl Jung, mi gran norte a nivel profesional. Aquí me gasté casi la mitad de mis ahorros en un programa de formación en el C. G. Jung Institute, el alma mater de la psicología profunda a nivel mundial, entidad fundada por el propio Jung. Aquí además de estudiar visité lugares especiales tales como la tumba y casa de Jung. En Suiza también estuve viviendo en el corazón de los Alpes Suizos, en Interlaken, una región que me tuvo al borde del desmayo en numerosas ocasiones a causa de la impresionante belleza de sus paisajes. Gente muy espiritual conocí allí, sobre todo en Därligen. Viví como Heidi y Pedro. Me levantaba temprano por las mañanas, agarraba una par de jarras y cruzaba el pueblo hasta llegar al establo del granjero ordeñador de vacas, quien me llenaba las jarras de leche fresca. Luego de haber vivido un par de meses en este hermoso país, los dioses me vendieron un ticket a Escocia por tan solo 9 euros, así es, ¡9 EUROS!

Debo confesar que esta parte de mi viaje es por lejos una de las más bellas e inolvidables. No tengo palabras para describir tanta, pero TANTA BELLEZA en un sólo país. Aquí la vida me tuvo viviendo por más de tres meses, tres meses en los cuales recorrí prácticamente todo el país. Primero trabajé en un campo en Dundee, una localidad de la costa este. De pronto aparecí viviendo con una familia de escritores reconocidísimos en el mundo entero, los famosos Pilcher, Rosamunde and Robin Pilcher, junto a toda su maravillosa familia quienes hicieron de mi estadía, una estadía de ensueño. Diversas funciones realicé en esta finca, trabajo de interior y exterior. Planté y coseché patatas, decoré con juegos navideños, alimenté las gallinas y recogía sus huevos, etc., etc. Con ellos pasé momentos realmente significativos, tales como, cuando me enfermé. Iba invicto en mi viaje, pero uno no es de invencible, había llegado mi hora. Y lo hizo en el mejor lugar, ahí estaba cómodo y protegido. Me gané la confianza de la familia y me dieron el título de “amigo de la familia”, lo cual tanto para ellos como para mí significó mucho. Pasé navidades con los Pilcher, fue genial. Luego los vientos atizaron mis momentos hacia lugares como Edinburgh, Glasgow, Perth, Inverness, Balloch, Isle of Arran, Isle of Skye, Rosslyn, Stirling, y un montón de otros. Fue en Escocia cuando también recibí uno de los muchos nombres que me la gente me había puesto a lo largo de mi viaje, el Highland laddie, o, el muchacho de las Tierras Altas. El año nuevo me encontró en Edinburgh junto a uno de los personajes más cercanos y queridos que había conocido en Europa, el Che, Paolo, un argentino rebuena onda que conocí en Alemania y que había querido pasar las fiestas de año nuevo junto a mí en Escocia. ¡Ay Escocia! ¡Sos un tesoro en vida!

La última etapa se acercaba, el Héroe se preparaba para su viaje de regreso. De Escocia me fui a Irlanda del Norte, donde me dediqué a viajar y hacer un montón de tours guiados. La Calzada del Gigante, Las Tierras de Games of Thrones y muchas más fueron visitadas y disfrutadas a concho. ¡Qué lugares más hermosos! Luego me regresé a Irlanda, a la capital, Dublín, el lugar donde había comenzado todo. Fue increíble el cambio percibido a nivel idiomático, noté una diferencia abismal entre el inglés con el que había llegado desde Chile y el inglés que había logrado tras todos mis viajes por Europa. Había crecido, y mucho. Aunque el Viaje del Héroe aún no había acabo, y en él, todo podía ocurrir. Aún lo recuerdo, como si fuese un momento petrificado en la muralla de mi consciencia. De pronto recibí una llamada de mis familiares informándome que mi abuela había sufrido un trágico accidente, el cual la había dejado con múltiples fracturas, infartos y derrame, prácticamente muerta. Mi abuela, una mujer súper jovial, con excelente estado físico y totalmente independiente, con una vida llena de viajes, logros y proyectos, de un momento a otro cruzó la calle de regreso a casa para nunca volver. Se estaba muriendo. Los doctores la reanimaron numerosas veces para finalmente dejarla ingresada en la UCI en estado de coma. ¡Tenía que sacar pasajes de regreso! Al menos para llegar al día de su muerte y acompañar a mis seres queridos. Ella fue una imagen muy significativa en lo que respecta al arte de viajar. Había pasado la mitad de su vida en Europa y muchas de sus historias motivaron mi propia historia. Aquella noche me vi solo en el rincón de una habitación de hostal donde me alojaba, intentando dormir siquiera un poco, mientras a mi alrededor dormían más de veinte personas, fue crudo, mis lágrimas se deslizaban tímidas en un escenario que se volvía cada vez más oscuro. A la mañana siguiente conseguí un vuelo de regreso para seis días más, desde Málaga, pasando por Roma para finalmente arribar en Santiago de Chile.

Los últimos días en Europa fueron extraños, y más extraños aún fueron mis primeros días habiendo retornado a Chile. Lamentablemente no alcancé a llegar, mi abuela falleció tres días antes de mi llegada, por lo cual no pude estar presente en los respectivos funerales. Ese vuelo de regreso fue un vuelo profundamente reflexivo y a la vez enriquecedor a nivel emocional, mental y espiritual. Ahí estaba Gabriel, volviendo a su hogar en circunstancias jamás antes imaginadas, y aunque estaba –de algún modo- devolviéndome, siempre lo hacía tal como algún día me enseñó el irlandés, hacia adelante.

El regreso a Chile estuvo envuelto por el símbolo de la muerte, aunque como bien había aprendido a lo largo de mi viaje, toda muerte trae consigo renacimiento; y yo, estaba dispuesto a renacer otra vez. Y esta disposición de mi persona hizo que los dioses me pusieran nuevamente junto ella, mi amada y hasta ese entonces el amor de mi vida, quien ahora se prepara para volar hacia Australia, por un futuro mejor. Fue un último encuentro, un encuentro de sincerarse y de decir todo lo que había que decir. Decirlo todo, con corazón y coraje, sin simulacros. La invité a cenar y entre risas y cervezas brindamos por nuestro termino, recordando los mejores momentos de nuestra historia de amor, resaltando lo que el uno había aprendido del otro, y por sobre todo, agradeciendo. ¡Qué importante es agradecer en la vida! Qué relación tan noble, hasta el momento demostró espíritu y madurez. Tenía razón esa vez que, la besé con tanta pasión antes de partir de Chile pensando que ese podría ser el último beso, porque lo fue.

Desde ese día en adelante los dioses no dejaron jamás de iluminar mi vida, llenándola de pasión y energía, de gracia y felicidad. Y más allá de todo, llenándola de paz mental. El Héroe comprendió que todas las decisiones tomadas y por tomar son, en el fondo, las decisiones correctas. El alma siempre sabe dónde va.

FIN

Historia real, escrita y vivida por Gabriel Bañados, psicólogo y aventurero. Visita su página oficial: www.efectoalma.cl

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