Perder el miedo – Experiencia Working Holiday Dinamarca y Alemania.
Ad portas de cumplir dos años viajando (el 26 de febrero 2020), me dispongo a contarles cómo empezó toda esta historia.
Estaba terminando el 2017, cuando yo -una futura profesora de escasos 24 años- estaba terminando la universidad. Era justo esa parte del año en que todos empiezan con las preguntas respecto al futuro próximo: – ¿A cuántas entrevistas fuiste?, ¿encontraste pega? -, y cosas por el estilo que honestamente, para mí solo significaban un agobio. Yo en el fondo de mi alma ya sabía que – al menos por el momento- no quería comenzar a trabajar y menos entrar en el sistema. Por todo esto, es que comencé a averiguar sobre las famosas Working Holidays.
Partí con la idea de ir a Nueva Zelanda, porque leí que era más fácil y no pedían muchos requisitos (lo cual es vedad), sin embargo, no la obtuve, ya que que postulan como 10 mil personas y solo hay 960 cupos. Fue ahí cuando me empezaron las dudas: ¿y qué fxck hago ahora? Una opción era buscar trabajo y ejercer como el resto… pero mi cuerpo y mi alma sabían que eso NO era una opción y la presión social no me la podía ganar.
¡Manos a la obra entonces! Fue así como comencé a averiguar sobre otras opciones de visa working holiday para hacer de inmediato. No quería esperar, tener que trabajar y “entrar al sistema” (como le digo yo), y que finalmente me atrapara la rueda. Y fue justo en ese momento, por ahí en un blog que leí sobre la posibilidad de Berlín (Working Holiday Alemania). En esa maravillosa ciudad no se necesitaba taaanto alemán -que yo no sé nada más que PROST Y DANKE- y supuestamente, con inglés “la hacías”. Dicho esto, no se pensó más y ¡A Berlín los pasajes! Mi mamá siempre me dijo: -si te va mal, te devuelves- y gracias a la vida que le hice caso. Y así fue como llegué a Berlín, con inglés intermedio –sólo en los papeles- y con cero alemán. A pesar de todo, y ya después de todo este tiempo, la visa working holiday la puedo resumir con la simple metáfora regeetonera: “llegué como una gatita y me voy como una leona”.
Y en el viaje fue cuando comencé a disfrutar de estar sola, comer sola, viajar sola, recorrer, caminar, salir a tomar una chela. Algo impensado para mi yo del pasado. En pocas palabras pude conocerme a mí misma, pasar del “soy simpática, extrovertida” y todas esas definiciones y descripciones que una hace, al verdadero conocimiento de una: saber qué me gusta y qué no. Aprendí a confiar en las bondades de la gente, y sobre todo, en las otras mujeres. Cuando viajas sola, la “sororidad” (solidaridad entre mujeres) es lo más bacán del mundo. Chicas, con esto les digo: ¡no están/mos solas!. En primer lugar, estamos con nosotras mismas, y segundo, siempre encontraremos compañeras que están en la misma que nosotras.
En fin. Berlín es una ciudad única, donde puedes ser tú y el/la de al lado también, donde se te respeta por el hecho de ser una persona, la comodidad por sobre el verse bien y donde se vive y se deja vivir. Es una ciudad para descubrirte, y fue precisamente ahí donde me conocí. Conocí mis capacidades, mis virtudes y mis defectos (que sí, son muchos), y también, conocí a grandísimas personas que aún siguen conmigo y los amo. Pero como todo lo bueno llega a su fin, la visa estaba llegando a su final… pero – ¿cómo? – pensaba yo, – esto no se puede acabar-. Con el fin de la visa, volvió a surgir la pregunta del comienzo, pero esta vez era una pregunta reformada. El tema ya no era: ¿qué hago ahora? – si no- ¿qué quiero hacer ahora? Esto no se podía quedar así, y como no hay primera sin segunda…
¡a Copenhagen los pasajes!
Dinamarca parecía ser un buen destino europeo, porque se podía postular desde el extranjero y era gratis, además, podría continuar con el Eurotrip (todos se iban para allá luego de vivir en Berlín). Como ya era mi segunda working holiday visa, llegué con mejor inglés, más experimentada, y también sabía cómo encontrar casa y trabajo, sin embargo, no dejaba de ser una nueva experiencia. Luego de unas exquisitas vacaciones en las que hasta Vietnam conocí (eso es lo bueno de la WH, trabajas mucho y muchas vacaciones), emprendí mi viaje al primer mundo: Welcome Dinamarca, el reciclaje, el food sharing y el dumster diving.
Gracias a mi experiencia anterior me resultó más fácil, sin embargo, fue un viaje completamente distinto. Un país “fancy” –como le digo yo- pero con nuevas enseñanzas, vivencias y personas que me marcaron. Aquí terminé trabajando en un food truck, vendiendo crepes en la famosa Stroget (algo así como el paseo ahumada abc1 de Copenhagen) toda la temporada de verano de esta ciudad. Y sí, el verano fue hermoso, porque los días duraban más. Amanece a las 3 am y oscurece a las 11 am y qué más rico que trabajar 9-10 horas a un sueldo bueno y luego poder ir a tomar una chelita al canal ¿o no Marquitos? O ¿unos mates Anita?
Cuando comenzó el invierno que es terrorífico, bajan las horas de trabajo, pero también, aumentan las pijamadas (¿cierto Coni?). Sin embargo, dentro de mis planes no estaba el pasar el invierno escandinavo -Thank, see u next-, por lo que decidí tomarme unas humildes vacaciones de 2 mesecitos, donde incluí el viajar con mi papá y mamá por separado (como buena chilena de familia disfuncional). Con respecto a este punto, tengo que confesarles que, para mí, el tema de la familia es lo más difícil de viajar. No es fácil estar lejos de tus cercanos y amigos, y más aún si tienes distintos horarios, pero personalmente, creo que si te sientes bien y eres feliz con lo que estás haciendo ¡hay que darle! Somos jóvenes, la vida es ahora, el mundo es muy grande y con esto de las redes sociales, todo es más amigable. ¡Con el facetime estamos a un call!
Y bueno, aquí me tienen escribiendo desde Sydney (porque no hay segunda sin tercera) y les puedo confesar que no sé cuándo vaya a volver. Tengo una deuda estatal, que de vez en cuando no me deja dormir, pero ese será un problema del futuro, Así que, por mientras, sigo disfrutando mi vida como lo estoy haciendo, viviendo con la intensidad que lo hago y disfrutando de las cosas simples (eso último como perfil de tinder, jaja). Hablando en serio, por ahora sigo gozando el aprender nuevas habilidades, nuevas formas de vida, culturas, comidas, gentes, los viernes con la Rocio, el tener la grandiosa roomie que tengo, ir a trabajar, salir y no preocuparme más que el dónde voy a viajar después. Ese es el problema del futuro que más me importa. Ahora sigo disfrutando el estar sola, pero siempre acompañada, la solidaridad del backpacker, la amiga/o que una hace y ya está, se incorporó en tu vida. Es precisamente por todo eso que no sé hasta cuándo estaré viajando. Este es mi mood por el momento y mientras me siga haciendo tan bien, siga sintiéndome tan empoderada y segura de mis decisiones como lo estoy ahora, solo puedo decir con todo si no ¿pa ke?
Y tengo la certeza que cuando vuelva, sólo tendré en mi mente: “Lo comido y lo bailado, no te lo quita nadie”. Aunque también podría decir que vuelvo con más capital cultural y bla bla, pero eso es muy siútico, aunque no por eso menos cierto.
Para terminar, quiero transmitirle este relato sobre todo a las chiquillas, ya que siempre contamos con el miedo ajeno, de nuestras mamás, papás, de que nos va a pasar algo, que es peligroso y … ¡no! Te puede pasar algo en la China o en la esquina de tu casa. El mundo es hermoso y tenemos que salir a descubrirlo. ¡No necesitamos nada! Llevo dos años viajando con una mochila de 50 litros (14 kilos) y aquí me tienen, aunque siempre con la misma ropa en Instagram (#Minimalismo), pero qué más da. Viajar sola me entregó y me sigue entregando el poder conectar con gente, tener química con personas de otros círculos, tener relaciones reales, intensas y muy poderosas. El tiempo no importa, es algo muy subjetivo. Hay que atreverse, y disfrutar el presente, el ahora y hacer lo que queramos hacer. Y no lo olviden cabras, siempre habrá una amiga en su camino.
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